HOSPITAL DE TALAGANTE
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AUTOR: J. DELPHIN
El hombre había conducido su auto casi cuarenta y cinco minutos hacia la costa. La carretera iluminada indicaba que la noche se avecinaba con rapidez. Un inmenso letrero anunciaba que estaba llegando a Talagante. Bajó la ventanilla del vehículo y canceló el último peaje, la muchacha de turno entregó el boleto y unas monedas que sobraron, __ ¡Buenas noches y buen viaje! __ El hombre sonrió, levantó su mano __ ¡Adiós! __ dijo escuetamente. El reloj marcaba las diecinueve horas del viernes veintiuno de agosto 2006. Miró hacia la izquierda para virar a la derecha por avenida Jaime Guzmán, estaba feliz de retornar a su querido pueblo, de pronto unas potentes luces anunciaban que se acercaba un camión a toda velocidad, metió el pié con fuerza en el freno y el auto paró bruscamente. El camión pasó a gran velocidad sin darse cuenta siquiera que allí había un coche, un escalofrío estremeció toda su humanidad __ ¡Uf! ¡Uf! ¡Casi! ¡Casi! __ dijo simpáticamente imitando irónicamente a un famoso relator deportivo.
Tenía aquí unos amigos a quienes no visitaba hacía mucho tiempo y pasaría con ellos el fin de semana; seguramente hacía unos treinta y cinco años que no venía por estos lados. Detuvo el vehículo y descendió, sentía su cuerpo liviano, como si una gran coraza se hubiese desprendido de su organismo, inspiro aire puro como si sus pulmones se lo exigieran, se quedó observando como los demás carros ingresaban sin detenerse por la principal avenida. __ ¡Qué cambiado está mi pueblo! __ pensó casi en voz alta, subió nuevamente, puso en marcha el automóvil y continuó hasta llegar a La Maltería, una de las poblaciones más antiguas de Talagante. Ingresó al barrio pensando en lo bien que lo pasaría cuando se encontrara con sus amigos. Observaba las viejas casa de adobes que descascaraban sus paredes seguramente por la humedad y sobre todo la antigüedad del material, miró los árboles que bamboleaban al compás de la fría brisa de agosto, sonrió recordando quizás que historias de niñez. De pronto diviso a lo lejos un grupo de personas que llamó poderosamente su atención, estaban como en círculo rodeando una inmensa fogata casi en el medio del camino, las figuras se movían de un sitio a otro como ocultándose tras la nube de humo, recordé de inmediato la serie de televisión en donde aparecía el Periodista Carlos Pinto, en un programa que se llamaba el “Día menos pensado”. Miró la hora, ya eran casi las diez de la noche, se hacía tarde, el tiempo lo había entretenido de sobremanera y no pensaba desperdiciar estos hermosos momentos de recuerdos de niñez. La inmensa humareda se podía ver desde la entrada del villorrio, disminuyó la velocidad y cambió el rumbo, lentamente llegó en donde estaban las personas.
Uno de los lugareños se acercó y preguntó simpáticamente si andaba perdido, allí se dio cuenta que no conocía a nadie, conminaron a que bajara del auto y se acercara a ellos porque hacía mucho frió, el conductor que se sentía un poco cansado hizo caso de la insinuación y sin saber porque extraña razón, se reunió con ellos __ ¿Un poco de té pa`l frío? __ dijo un hombre mayor que ofreció un tazón con la pócima humeante y lo invitó a pasar a la pequeña casita de madera. La fumarada se esparcía por toda la vivienda y se impregnaba en las ropas de los presentes. Mientras caminaban hacia la casita, el hombre hablaba casi en voz baja __ Estamos velando a un amigo, ¿Usted es familia? __ Aquella pregunta sorprendió al recién llegado __ ¡No, no, yo vengo donde los García que viven más allá! __ dijo indicando con el dedo índice de su mano derecha. El tipo movió la cabeza en forma positiva, aquello indicaba que conocía a los García. __ ¿Quién es el finadito? __ Curioseó el visitante __ Un hombre muy querido, había llegado por estos lados cuando apenas tenía unos ocho añitos, si mal no recuerdo y si usted vivió por estos lados, debe haberlo conocido, “Cacharrito” así le decían __ el rostro del hombre cambió bruscamente, un dolor de estomago repentino hizo que emitiera algo parecido a un gruñido, pronto un calor subió por su espalda hasta la nuca, la boca se lleno de una saliva amarga, luego contestó __ ¡Claro que lo conozco! ¡Si yo fui el que lo recibió cuando llegó por estos lados! __ El anciano lo miró fijamente a los ojos __ ¡Usted deber ser… si usted debe ser el Carloncho! ¿No es cierto? __ El recién llegado contestó afirmativamente. El hombre hizo un gesto con su mano indicando que ingresara a la humilde vivienda. Al traspasar el dintel, sintió una extraña sensación, un frío intenso cubrió su espalda y su cuerpo emitió un estertor casi incontrolable. Carloncho no reconoció a nadie de los presentes, fue saludando de uno en uno, se acercó hasta donde se encontraba el féretro, allí estaba su amigo de infancia, sintió la misma sensación de hacía un momento, tenías ganas de vomitar, intentó salir de allí pero algo lo retenía; se sentó al lado del anciano podía escuchar las oraciones y cánticos de los ocupantes de la vivienda. Miró hacia todos lados, la casita totalmente de madera se dividía en dos espacios, el comedor en donde se encontraba el ataúd y otra pieza pequeña que se encontraba cerrada. Carloncho se acomodó en la silla, prontamente empezó a dormitar, el cansancio, el viaje y la emoción empezaron a llevar al visitante a un sueño y evocaciones de niñez, encontrándose sentado en el antiguo paradero de micros que se ubicaban en la plaza de Talagante.
El niño se acercó al pequeño que estaba sentado en el frio cemento del paradero y ofreció un pedazo de marraqueta, el chico devoró el pan casi de una mascada, Carloncho miró a su nuevo amigo; usaba unos pantalones de mezclilla y una camisa azul, sobre esta un chaleco tejido a mano, en su cabeza un gorro de lana que simpáticamente cubría hasta sus pequeñas orejas. Carloncho preguntaba y el chico respondía solo con monosílabos y movimientos de cabeza, hasta que decidió invitarlo a comprar en la Panadería que estaba ubicada en la avenida principal y llevaba por nombre “Espiga de Oro”, el pequeño aceptó, asió un pequeño bolso que tenía entre sus piernas y lo colgó del hombro a la derecha de su humanidad, luego se sacó el gorro, Carloncho sonrió al ver lo sucio que tenía el cabello. Cacharrito tenía un problema congénito en una de sus piernas que hacían caminara con dificultad, ejecutando un raro bamboleo que hasta parecía simpático al nuevo amigo; Fueron hacia el negocio, Carloncho entró, compró y salió con una bolsa casi repleta de marraquetas, sacó una doble y entregó a Cacharrito, este la puso en su boca mordiendo con ansias, al igual que la anterior.
Los niños continuaron caminando por la misma avenida hasta donde se encuentra ahora la Población Parque Trebulco, que antiguamente era solo un pedregal rodeado de humildes casas de la Población Las Palmeras. La curiosidad infantil, los llevó a conocer aquel espectáculo entre religioso y pagano que estaba siendo conocido en todo el país. Carloncho sabía que existía una niña llamada Yamilet que sanaba a los enfermos con el solo hecho de poner su mano sobre la frente de los aquejados, pronunciando la palabra “Sanarás”. Los lugareños, la mayoría gente de trabajo, veía esto como algo extraordinario, lo asociaban inmediatamente a un milagro celestial y veneraban a la pequeña de nueve años con sagrada devoción.
Llegaban allí, personas de todas partes del país en busca de un milagro que pudiera mitigar en algo el dolor que sufrían sus familiares. Se relataban casos realmente extraordinarios, enfermos agónicos que se recuperaban con el solo hecho ser tocados por la mano de la niña milagrosa. Las columnas de personas con sus desdichados, algunos en sillas de ruedas, otros en camillas, mujeres con bebes en brazos y tantos que impresionaban hasta el más insensible de los presentes. Los dos niños querían conocer a la pequeña por tanto, se acercaron hasta la misma casa de Yamilet. Entraron por una puerta del sitio de la casa aledaña, en donde un pequeño perro negro que lucía unos simpáticos bigotes, los hizo reír burlándose del cachorro, luego de un rato de ladrar ininterrumpidamente al no reconocer a los visitantes dejó de hacerlo y entró en su pequeña casita, desde allí observaba a los chicos gruñendo de vez en cuando. Cacharrito, impresionado por lo que estaba viviendo, se aproximó al cercado y levantó el alambre de púas que impedía la pasada al sitio. Una vez que lograron sobrepasar el cercado, ingresaron al predio y miraron por la ventana que daba justo en donde se encontraba la chica curandera atendiendo a sus enfermos. El corazón de los chicos casi se salía del pecho, estaban eufóricos. Enfrente, tenían a la famosa niña que vestida inmaculadamente de blanco daba una imagen de santidad etérea. La chica que sabía muy bien lo que hacía, se acercaba cariñosamente a los enfermos y solo tocaba la cabeza, luego de un momento ejecutaba algo así como una sucinta plegaria y ya está que pase el que sigue. Un hombre de unos cuarenta años que estaba de pié junto a la puerta de la pequeña pieza; Era el encargado de hacer pasar el siguiente enfermo y recibir las propinas que la gente otorgaba por la atención ya que la chica no cobraba. Los niños veían como dejaban fajos de billetes encima de un mueble que estaba al lado de Yamilet. Después de un largo rato observando todo lo que la milagrera realizaba, volvieron por donde mismo habían venido y salieron satisfechos, caminaron hacia la salida de la población. Cacharrito se adelantó corriendo entre las personas, Carloncho lo siguió zigzagueando hasta alcanzarlo, los niños jadeantes se trabaron en un abrazo y entre risas continuaron la vuelta hacia el pueblo.
Los amigos hablaban de lo recién experimentado con sarcasmo y se reían al recordar las palabras de la sanadora __ ¡Sanarás! __ dijo Carloncho dando una cachetada en la cabeza de su nuevo camarada el que devolvió el mismo “Sanarás”, golpeando suavemente a Carloncho. De un momento a otro la cara de Cacharrito cambió bruscamente, __ ¡Los milicos! __ gritó y corrió a refugiarse tras una pared en una casa deshabitada, los dos niños vieron pasar la patrulla con los soldados apuntando sus metralletas hacia todos lados, como amedrentando al que pudiera verlos. Carloncho se acercó quedando casi encima de su amigo, podía sentir su respiración, luego pregunto __ ¿tienes miedo a los milicos? __ El niño sintió deseos de llorar pero se contuvo, luego su rostro cambio de expresión, ahora mostraba un semblante duro __ ¡Sí, mucho miedo! ¡Ellos mataron a mí Papá pa´l golpe de estado! __ Los pequeños empezaron hablar de lo difícil que había sido aquel momento para Cacharrito.
El once de septiembre de mil novecientos setenta y tres, El país se conmovía por lo sangrientos hechos del golpe de estado y Cacharrito había sido afectado directamente por esta situación. A fines del setenta y tres, cuando se aprestaban a celebrar la Pascua, una patrulla de soldados llegó hasta la casa del pequeño en el pueblo de Lampa. Entraron con inusitada violencia y se llevaron a su Padre, Cacharrito recordaba esto con una tristeza y dolor en su alma que lo llevaba a llorar cada vez que decidía relatar aquello. Cuando los soldados entraron vociferando __ ¡Arriba las manos todos los comunistas! __ El niño se encontraba durmiendo, despertó bruscamente por los gritos de los uniformados que cubrían sus rostros con gorros pasa montaña. Salió de la pieza en donde descansaba y fue a gatas hasta el comedor, se introdujo bajo el mueble y de allí veía todo lo que sucedía, respiraba con dificultad, quería llorar pero soportó estoicamente el momento. Los soldados solo querían llevarse a su padre a quien en todo momento acusaban de comunista, salieron de la casa, lo subieron a un camión y salieron con rumbo desconocido. La desesperación de la familia sobrepasaba todos los límites, buscaron por todos lados; En el Estadio nacional, Estadio Chile, algunos decían que lo habían llevado al norte etc. Pero todo fue en vano, el hombre fue encontrado muerto cuarenta días después cerca de la carretera, con la espalda destrozada por incontables perforaciones hechas por balas de fusil.
Posterior aquel acontecimiento de tristeza, la madre del niño y después de casi un año, se enamoró de un hombre alcohólico que la maltrataba. Cacharrito por su parte, debía salir a trabajar en lo que fuera. En su casa su nuevo padre poseía animales y obligaba al niño a ordeñar las vacas muy temprano, con lluvia, con frío, a veces la escarcha entumecía sus pequeños pies y no lo dejaban caminar, encendía una fogata para entibiarse un poco y de esta forma ahuyentar el hielo. Luego volver a sus labores en la casa, colgar el charqui en un alambre como quien cuelga ropa para secar, (este ejercicio debía hacerlo tarde y mañana), después ir hasta una feria y ayudar en lo que fuese para lograr un poco de comida para él y llevar para repartir entre su madre y sus dos hermanos. Un día el niño, olvidó sacar el charqui en la mañana y se fue a la feria, allí estuvo todo el día hasta que decidió retornar. Al llegar a su casa vio a su padrastro que estaba parado en la entrada visiblemente borracho, quiso pasar pero el hombre lo cogió de un brazo y empezó a golpearlo con un cinturón sin compasión, al tercer golpe el niño logró zafarse del agresor y corrió por la calle de tierra sin parar, solo algunos perros que salían de pronto a su encuentro, fueron testigo de la desesperación del niño que jadeante y con el sudor corriendo por su cuerpo, llegó hasta una parada de micros, se sentó y miró hacia todos lados, sollozaba sin parar, no de temor ni de miedo, solo impotencia. La noche se avecinaba con demasiada rapidez así que debía pensar pronto en el destino que tomaría su vida. Cavilaba en todos los sufrimientos que debía soportar desde que no estaba su padre. La noche no tardó en envolver con su negra capa de oscuridad el territorio y las sombras aparecían como fantasmas que asustaban al pequeño Cacharrito; Pensaba en su padre, si bien es cierto tampoco era un pan de dios, por lo menos no lo castigaba, jamás le pegó como esta nueva pareja de su madre. Fue ahí en aquel paradero cuando tomó la decisión de marcharse para siempre de aquel maldito lugar.
Miraron hacia todos lados, cacharrito se quiso levantar pero una de sus pierna no respondió el ejercicio y empezó a moverla de un lado a otro __ ¡Está dormida! __ dijo sonriendo y empezó a moverla hacia todos lados, el amigo lo tomó del brazo y lo levantó, de apoco se fueron asomando a la calle, luego salieron de allí y siguieron su camino. Doblaron por Balmaceda hasta llegar a la línea férrea, cruzaron hasta la población Maltería, allí en Las Tres Esquinas, Carloncho indicó la casa donde vivía __ ¡Ven conmigo amigo, a mis padres les gustará que vivas con nosotros! __ dijo el pequeño abrazando a su nuevo amigo __ ¡No! Luego nos veremos __ levantó su mano despidiéndose. Carloncho corrió por la polvorienta calle hasta llegar a su casa. Su madre lo regañó por demorarse tanto con el pan, luego de un rato el niño relató el encuentro con aquel chico. Sus padres estaban impresionados con la historia que narrara Carloncho y decidieron ir a buscar al pequeño para convencerlo que viviera con ellos __ Una boca más en nada nos perjudicará, donde come uno comen muchos __ dijo el hombre y salió con su hijo que sonreía mirando con admiración a su padre.
Llegaron a la rivera del río, miraron hacia todos lados, el niño no apareció, __ ¡Me dijo que estaría por aquí! __ dijo Carloncho un poco afligido __ ¡Tal vez está asustado y no quiere vernos, volveremos mañana, te lo prometo hijo! __ Salieron de allí en silencio, caminaron de vuelta a la casa sin emitir palabra alguna.
Carloncho salió del colegio y pasó por la Plaza, caminó hasta la parada de buses, se sentó como esperando el micro, de pronto vio venir a Cacharrito, corrió a su encuentro, los dos niños se abrazaron como si hubiese transcurrido mucho tiempo __ ¡Te busqué en el río! ¿Dónde estabas amigo? __ El chico que reía todo el tiempo mostrando sus sucios diente que mostraban que había estado comiendo maqui (Fruto silvestre) __ ¡Fui al cerro! Quería mirar desde allí en donde está tu casa, te vi que estabas con otra persona, después arreglé unas latones que cubrí con chilcas (arbustos silvestres, que crecen en las rivera de los ríos) y preparé en donde voy a vivir __ Carloncho miraba al niño con asombro, que valiente era este pequeño, él ni por todo el oro del mundo se quedaría solo en un lugar como ese. Cacharrito mostró la mochila, allí tenía varios juguetes, un osito, un autito rojo con ruedas negras, una pelotita y un caballito blanco con crines amarillos __ Los encontré en la calle __ dijo sin inmutarse. Cacharrito se había dado cuenta que el niño recogía cada muñeco que encontraba tirado por cualquier parte y lo guardaba como tesoro.
Un aire frío entró por la puerta de la humilde vivienda, esto hizo que el hombre despertara de su profundo sueño, miró hacia todos lados, estaban las mismas personas, sus rostros sin expresión lo miraron y siguieron con sus cánticos y oraciones inentendibles. Carloncho desperezó su humanidad y miró al anciano __ ¡Disculpe me había quedado dormido, venía muy cansado, debo continuar, mis amigos deben estar aburridos de esperarme! __ El viejo sonrió y acompañó al visitante hasta la calle, la neblina había aumentado ahora el frío se hacía casi insoportable, llevó sus manos a la boca para entibiarlas con aliento __ ¡Bueno, adiós amigo! __ dijo al anciano que puso su mano en el sombrero e hizo un gesto de despedida sin pronunciar palabra alguna. Salió de allí apresuradamente, limpió al parabrisas empañado y subió al auto, el viejo aún no entraba a la vivienda, entonces Carloncho recordó que no sabía cuándo sería el funeral y gritó __ ¡Amigo! __ El aludido volteó puso su mano en la oreja como haciendo esfuerzo para escuchar __ ¿Cuándo lo entierran? __ Ahora puso su mano empuñada en la boca y grito __ ¡Mañana, en la mañana! __ Levantó su mano e hizo una señal con el dedo pulgar en forma positiva luego aceleró y salió rumbo a la casa de los García.
El hombre hizo sonar la bocina de su auto repetidas veces, hasta que uno de los García se asomó y se acercó corriendo __ ¡Pensamos que habías tenido alguna “pana” Carloncho! __ El recién llegado miró hacia todos lados __ ¡No, no, solo me quedé un rato en el velorio de un amigo! __ El amigo lo observó con asombro, el semblante de Carloncho no era el que todos esperaban, estaba como triste __ ¿Velorio? ¡Pero a quien se le acurre morirse en estos tiempos! __ Carloncho miró a su amigo un poco molesto por la respuesta, parecía extraño que no supieran que cacharrito había muerto. Ya en el interior de la casa con todos sus antiguos conocidos, preguntó __ ¿No saben que cacharrito murió y lo están velando en su casa? __ Los amigos se miraron con asombro y Pedro García que era el dueño de casa dijo sonriendo nerviosamente __ ¡Sí! Sabemos que murió, pero que lo estén velando ahora, ¡es imposible! __ Carloncho dio un profundo suspiro y abrazando a su amigo __ ¡Yo vengo del velorio, allí estuve casi tres horas, había mucha gente, pero no conocía a nadie, ellos si me conocían a mí! __ Pedro lo miraba con la incredulidad plasmada en su rostro, ahora todos los amigos querían saber detalles de aquello, __ Cuando anoche venía hacia acá, vi una fogata en la calle, detuve el auto y me enteré que velaban a cacharrito, allí estuve casi tres horas. La última vez que lo vi fue cerca del río, estaba pescando pejerreyes, fui a despedirme pues nos íbamos a Santiago, esto debe haber sido más menos unos treinta años atrás __ Todos miraban con sorpresa al interlocutor que no paraba de hablar y relatar los mejores momentos con aquel amigo de juventud. Pedro interrumpió con cierta impaciencia __ Cuando te fuiste, cacharrito venía por estos lados y preguntaba por ti, él sabía que tu familia se había marchado pero jamás dejó de preguntar. Un vecino lo autorizo a que ocupara un sitio que tenía desocupado allí cerca del cementerio, levantó una mediagua con la ayuda de algunos vecinos que lo querían mucho por lo servicial que era para todos por estos lados, se hacía querer, siempre juntando juguetes por donde fuera, jamás alguien tuvo alguna queja pero cacharrito murió hace un poco más de dos años de una tuberculosis fulminante __ Carloncho se levantó de su asiento __ ¡Es decir que yo estoy loco! __ Las personas miraban con extrañeza al visitante __ Mañana iremos hasta donde estaba la casa de cacharrito y te podrás convencer que nosotros tenemos razón, ahora ven a disfrutar junto a mi familia __ Dijo Pedro abrazando a Carloncho, luego, entraron a la vivienda.
La fiesta había durado hasta casi el amanecer, así que los García se levantaron como al mediodía, Carloncho al que se le habilitó una pieza especial se había despertado muy temprano y pensaba en lo que había sucedido la noche anterior. Aún no se convencía de lo hablado con Pedro estaba divagando en el tema cuando sintió que tocaron la puerta __ ¡Carloncho a desayunar amigo! __ Sonrió socarronamente y en tono de burla contestó __ ¡Almorzar será! __ Luego se vistió y salió de la habitación. La dueña de casa ofreció un tazón de leche humeante con tostadas y mantequilla, Carloncho devoró aquel desayuno __ hacía tanto tiempo que no tomaba leche de vaca compañero, estoy muy agradecido __ Pedro lo miraba con cariño, estimaba demasiado aquel hombre desde que eran niños, estudiaron en la escuela Parroquial casi toda la enseñanza básica, salían a la Plaza casi todos los días en especial para el verano, cuando las personas daban vueltas caminando alrededor de ella, jamás podría olvidar la fiesta de la primavera, ellos corrían por entre las personas desparramándose el papel picado que compraban a los vendedores que hacían su agosto en estas festividades __ ¡Te espero para que vayamos a ver donde vivía Cacharrito! __ Prontamente la visita estaba preparada para salir, la ansiedad y el deseo de convencerse para demostrar a sus amigos que no estaba mintiendo pudieron más y se levantó de la mesa de inmediato. Salieron de la casa, caminaron por Santa Berta hasta llegar Bellavista, al mismo lugar en donde había estado Carloncho, __ ¡Mira todavía están las cenizas de la fogata de anoche! __ Los hombres se miraban realmente desconcertados __ ¡Sí, pero mira aquí ya no hay ninguna casa! ¿No será que estás equivocado de lugar? __ Carloncho se tapó la cara con las manos, restregó sus ojos, en realidad el sitio estaba totalmente vacío y la hierba cubría con su manto verde su totalidad; Miró hacia todos lados como buscando una explicación que jamás encontraría, luego ingresó al sitio __ ¡Miren vengan acá! __ Había allí muestras de que alguien estuvo reunido, las huellas de zapatos estaban por todas partes y en medio signos de que alguien encendió fuego. Pedro miraba a su amigo sin salir de su asombro, era tal la certeza de que había estado allí, que se estaba convenciendo de aquello.
El tiempo sucedió rápido, cuando salían del lugar Pedro empezó a hablar con Carloncho y relataba que cuando ofrecieron el sitio para que construyera su mediagua, Cacharrito no quería dejar su ranchito del río y demoraba su traslado hasta el nuevo hogar. Los vecinos preocupados por las condiciones inhumanas que vivía, decidieron convencerlo que ocupara el sitio y entre todos incluido ellos, habían ayudado a levantar la mediagua, la que sería su morada por muchos años.
Carloncho estaba plenamente convencido que había estado en el velatorio; Salió a mirar la calle, allí saludaba casi a todos los que pasaban por la avenida. De pronto vio venir un hombre que se parecía mucho al anciano de la noche anterior. El viejo apuró el paso cuando pudo darse cuenta que era observado, bajó el sombrero para cubrir la mirada, Carloncho sabía que era el hombre de que había estado hablando con él __ ¡Amigo! ¡Amigo! __ Gritó desesperadamente Carloncho. Pedro que al escuchar los llamados se asomó por la ventana __ ¿A quién llamas amigo? __ Carloncho se volteó y tratando de no perder de vista al anciano __ ¡Ven Pedro! __ El hombre corrió hacia la salida __ ¡Ese hombre que va allá, es el anciano de la otra noche, él me acompañó casi todo el rato que estuve en el velatorio! __ Pedro miró a su amigo que estaba como enajenado __ ¡Acompáñame ¡ __ Hizo que su amigo lo siguiera y corrieron tras el anciano que se perdía por el polvoriento camino. Llegaron a la esquina de Santa Berta con Bellavista, miraron hacia todos lados, el hombre estaba llegando al cementerio, cuando se dio cuenta que era seguido, apuró el paso. Los amigos estaban ya casi a unos diez metros del anciano __ ¡Señor, espere por favor, espere! __ El hombre se volteó y allí la sorpresa de los amigos fue terrorífica, la visión se alejaba absolutamente de la realidad, el anciano no tenía rostro. Al mostrarse los amigos vieron la cara sin ojos, sin nariz, solo era una masa blanquizca que aterrorizó a los hombres, estos espantados y paralizados por el miedo, no les daba la oportunidad ni siquiera de hablar, solo podían ver como el anciano se introducía en el camposanto sin decir nada, una vez que desapareció, recién pudieron salir del estado de shock que habían sufrido __ ¡Yo me voy de aquí Carloncho! __ Grito Pedro desesperado y se volteó para salir corriendo de allí, pero su amigo lo detuvo de un brazo __ ¡No ven miremos en donde está! __ Lentamente se acercaron a las puertas del cementerio, no había nadie, solo vieron que el anciano estaba de pié junto a una sepultura y desde allí levanto su mano e hizo una reverencia, luego desapareció. Los dos amigos no podían creer lo que estaban viviendo __ ¡Ahora si me voy compadre! __ Carloncho lo miró aún asustado por lo vivido __ ¡Sí! ¡Vámonos! __ Salieron rumbo a la casa de los García. Durante el trayecto no comentaron nada de lo sucedido, guardaron inmutable silencio. Una vez en la casa Pedro solicitó a su amigo que por favor no hiciera comentarios y tratara de borrar de la memoria aquello que sabía era imposible de olvidar.
Se había hecho tarde y Carloncho debía regresar a Santiago en donde se encontraba su familia, la despedida fue sucinta, unos regalos fueron llevados al auto que estacionado esperaba a su conductor __ ¡Adiós amigo! Creo que jamás olvidaré esta visita, nos han sucedido muchas cosas que jamás creí existían __ Carloncho era un tipo incrédulo y aquellos hechos lo sacaban de toda lógica, jamás creyó en brujos ni apariciones era por ello que lo vivido trastocaba profundamente sus creencias y alteraba su vida completa. Pedro lo miraba con admiración, subió al vehículo, encendió el motor y lentamente fue acelerando por santa Berta, quiso salir por Bellavista hasta el Camino del Diablo, pero un extraña sensación lo impulsó a virar hacia el cementerio, la curiosidad pudieron más que su voluntad. Pronto vio que un grupo de hombres se calentaban alrededor de una fogata, la neblina apareció repentinamente cubriendo los cuerpos de los presentes que se movían tras la cortina de humo de un lado a otro como almas en pena. Se acercó lentamente y un hombre viejo se aproximó hasta el auto, lo conminó a descender, se aferró al volante, sintió miedo, su cuerpo estaba helado, de pronto vio por el parabrisas a su amigo Cacharrito acompañado por Pedro García que hacían señales a que bajara del auto, no entendía que sucedía, luego, su cuerpo se enfrió completamente sentía como empezaba a perder la conciencia, trataba desesperadamente de no perder esta batalla, prontamente entró en un sueño profundo para no despertar jamás.
El camión tocaba la bocina insistentemente Carloncho solo sintió que su auto rodaba por el costado del camino y se detuvo solo al chocar con un poste del alumbrado público, no quería perder el conocimiento, su cuerpo sangraba por todos lados , __ ¡Tengo que luchar, debo ver a mis amigos! __ decía agónico.
Los Bomberos y Paramédicos trabajaban sin cesar para sacar del destrozado automóvil los resto inertes de un hombre ensangrentado que yacía aferrado al volante. Las máquinas con sus ruidos ensordecedores, hacían parecer aún más crudo todo el procedimiento. Los fierros retorcidos del automóvil daban cuenta del violento impacto del camión en contra del pequeño auto. Al lograr reconocer al conductor, uno de los paramédicos informó al resto __ ¡Está muerto! Dejó de luchar, es conocido, todos lo conocíamos como Carloncho, tenía muchos amigos en Talagante y yo no lo veía más menos treinta y cinco años __ El reloj marcaba las diecinueve treinta minutos del viernes veintiuno de agosto 2006, Entregó los documentos a los policías y se alejó de allí.
F I N
A G O N I A E N L A C A R R T E R A
